La familia, el lugar donde el amor es más fuerte que la enfermedad del olvido
Fuente: catholiclink
“He hecho un compromiso con esta hermosa mujer que viviría con ella para siempre. Por ello, pase lo que pase, definitivamente lo haremos juntos”
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Esta frase, que para muchas jóvenes parejas de hoy, no tiene ningún significado, nos permite entender que el sufrimiento, el sacrificio o la entrega absoluta hacia el otro, como persona y sin búsqueda de un beneficio material, son parte de volverse mejores seres humanos y claves para sentir lo que es amar de verdad.
Lo que se vende hoy es: el DIVORCIO, como una oportunidad de rehacer tu vida, el ABORTO un derecho sobre el cuerpo de la madre, la EUTANASIA una muerte digna y cualquier combinación de personas, un matrimonio o una FAMILIA. El marketing es poderoso. Y logra millones en ventas.
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La sociedad hoy, para alivio de muchos, es de descarte. Pero a pesar de estar rodeados de todo lo que le creemos a los maestros del consumo, al final nos sentimos muy solos. Con un profundo vacío que no sabemos si el próximo Ipod nos ayudará a llenar. Y, por supuesto, con un terror inconsciente de que no nos dé Alzheimer porque si no, ¿quién podrá defendernos?
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Mira éste video y analízalo:
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¿Qué es lo que hace que algo terrible, como puede ser una enfermedad mental como el Alzheimer, pueda ser llevado con dignidad?
La respuesta solía ser simple: la familia
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Porque, como lo dijo Juan Pablo II (Homilía Plaza San Pedro, Jornada de las familias , 12/10/1980): “El hombre no tiene otro camino hacia la humanidad más que a través de la familia”. Y sería bastante soberbio de nuestra parte discutir con este Santo Papa.
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La familia es la única institución capaz de velar, cuidar, amparar, proteger y apoyar a los más débiles de la sociedad. Nadie más.
Porque la familia nos ama por lo que somos. No por lo que tenemos o somos capaces de hacer. Así, los más desvalidos o los no tan estudiosos no tienen que preocuparse de tener maestrías, Phd’s ni grandes posiciones en transnacionales. Porque saben que ahí tienen a un padre, a una madre, a sus hermanos, a un cónyuge, etc. que, no sin dolor o sacrificio, los harán sentir verdaderas personas.
Pero mucho cuidado. No hay que caer en el reduccionismo de pensar que la familia sólo sirve para acoger a los más débiles. Porque eso significaría que poniendo una clínica que reemplace dicha labor podemos meterle una bomba a la institución familiar. Y no es así.
¡Familia, sé lo que eres!
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La familia es el lugar donde aprendemos a amar y a ser amados.
No es que sea la mejor escuela para el amor. Es la única. ¿Cómo conocemos cómo ama un hombre? ¿Cómo entendemos el amor de una mujer? ¿Cómo aprendemos sobre el amor conyugal? ¿Cómo amamos al prójimo? ¿Cómo somos solidarios? Con papá. Con mamá. Con nuestros hermanos. En la dinámica de la vida familiar. En lo cotidiano, lo bueno, lo malo, lo triste y lo feliz. La gran riqueza humana está en esta capacidad de darse como persona irremplazable y de ser recibido como tal. Por eso es que en el momento en que nos hacemos o nos creemos descartables o intercambiables perdemos nuestro verdadero valor. Pero, gracias a Dios, esto no sucede en la familia. ¿O alguna vez se ha podido llenar con otra persona el vacío que deja algún familiar cuando muere?
Es muy fácil rechazar a la familia desde la fortaleza de la salud. O desde la bonanza económica. O desde las mentiras del poder. Cuando no necesitamos, no valoramos. Pero inclusive cuando tenemos las alforjas llenas y el corazón dirigido hacia lo verdadero, necesitamos de un abrazo. De un beso de bienvenida. De una sopa caliente preparada con cariño. Sentir que al llegar a nuestro hogar podemos dejar en la puerta todos los trajes sociales e ingresar con ese único vestido que importa ahí adentro: ser uno mismo. Con Alzheimer o con un título recién obtenido de Harvard. Sabernos amados por los nuestros. Nada más maravilloso en el mundo que esta indiscutible verdad.
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“¡Familia, sé lo que eres!”, dijo Juan Pablo II en Familiaris Consortio. Y la única forma de descubrir el verdadero significado de esta frase es desde la profundidad de nuestros corazones. No necesitamos de una revolución social que destruya las ideologías vigentes. El verdadero cambio se inicia en nosotros mismos, en nuestra propia humanidad, en el desarrollo pleno de nuestra capacidad de amar, de comprometernos y de cumplir esos compromisos. Seamos artífices de este cambio en este pequeño espacio. Y dejemos a Dios obrar a nivel macro.
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Para reflexionar sobre el video:
1. ¿Qué nos hace pensar las palabras del esposo cuando dice: “He hecho un compromiso con esta hermosa mujer que viviría con ella para siempre. Por ello, pase lo que pase, definitivamente lo haremos juntos”?
2. ¿Somos conscientes del rol insustituible de la familia tradicional en el desarrollo de una sociedad sana?
3. ¿Nos hemos puesto a pensar cómo responderíamos como familia a una circunstancia inesperada, como una enfermedad o un accidente?
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