MUJER ¿Quién eres? Identidad femenina
A propósito del Día Internacional de la Mujer compartimos esta reflexión sobre una cuestión en álgido debate: la identidad de la mujer.
Por: Dra. Mariela García de Corcuera(*)
Se considera que el siglo XX es el siglo de la “revolución femenina” por las valiosas conquistas de la mujer en la sociedad: el derecho al voto, la mayor igualdad en el acceso a la educación y la entrada masiva de las mujeres en el mundo laboral; son hechos fundamentales que, sin duda alguna, han contribuido a configurar una nueva sociedad.
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La cultura y los modos de vida se han visto influidos, a partir de esos hechos y en adelante, por movimientos femeninos específicos de tono reivindicativo social y político tan extremistas como nefastos. Basta mencionar el Feminismo Revolucionario que aboga por una nueva ética que rompa con la sociedad, con la familia tradicional y que ‘libere’ a la mujer de las cadenas de la naturaleza. El divorcio, la anticoncepción, la fecundación in vitro, la desinhibición sexual son algunos de los logros que promulgan estas corrientes como trofeos en alza.
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Paradójicamente, y después de menudo revuelo, algunos movimientos feministas empiezan a postular más la diferencia y la complementariedad entre varón y mujer, que la igualdad a secas. Es la llegada del Neofeminismo, que aporta una revalorización de la maternidad y de la familia.
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La identidad de la mujer es un tema importante. Madres de familia que apostaron por darse cien por ciento a sus hijos y a su esposo, jóvenes que hoy llenan las aulas universitarias, profesionales que hacen malabares por de conciliar la vida laboral y familiar, profesoras dubitativas en cómo responder las inquietudes de sus discípulas en esta materia, abuelas y nietas siguen preguntando y preguntándose ¿cuál es la meta de su condición femenina?, ¿cuál es la esencia de ser mujer? El entorno, los mass media, y otras “exitosas” mujeres –generalmente solteras o divorciadas – responden a esa pregunta tajantemente: ganar dinero, retrasar la edad para acceder a la vida matrimonial, pocos hijos, trabajar fuera del hogar, mucho tiempo para ella misma y un cartera con tarjetas de crédito a nombre propio.
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Los tiempos de hoy son muy exigentes para todas las mujeres. Hemos pasado del fogón al microondas, de dirigir la casa a dirigir una empresa, de amar en profundidad a suscribirnos en cursos on line para acertar a ser mejores madres y esposas. Los diferentes ámbitos de realización (el hogar, la profesión, la sociedad) nos hacen vivir un “tironeo” constante ya no tan sólo en lo material (organización del tiempo, disponibilidad de medios, etc.) sino sobre todo en lo racional y afectivo.
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Entre tantos dimes y diretes quizá la mujer está olvidando su esencia, su razón de ser más profunda: amar, dar vida, que en sentido estricto bien cabe traducirlo como servir en los campos y ámbitos donde su feminidad aporte, pero nunca en desmedro de su principal tarea: cuidar de su marido y sus hijos.
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Pienso que en cada mujer hay una persona maravillosa que va haciéndose, y asombrándose de lo que el amor es capaz de arrancar de ella. Sus colegas en el trabajo, sus amistades, pero fundamentalmente su esposo y sus hijos llevarán para toda la vida su sello, esa marca indeleble de quien les ha educado, que con esmero les ha exigido a ser más fuertes, más laboriosos, más generosos y más ambiciosos con los buenos proyectos. En “Madres, liderazgo y éxito”, Guy R. Odom confirma la influencia de la madre en la formación de los hijos y demuestra que los grandes líderes de todos los tiempos lo han sido gracias a la influencia directa de sus madres.
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Sin embargo, esto no puede llevarnos a consentir que la edificación del hogar y de la familia es una cuestión exclusiva de la mujer; el hijo requiere de padre y madre como si de oxígeno y alimento se tratara. La familia es incompleta, imperfecta sin padre; así como la empresa puede llegar a ser deshumanizante sin la mujer; no en vano Juan Pablo II se refiere a la mujer como “humanizadora de la sociedad”.
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Pasar del modelo masculino que nos han impuesto (éxito, competitividad, resultados eficaces) y reafirmar un modo de ser femenino nos aproximará a vislumbrar en todo lo que la mujer emprenda la senda de la colaboración, de la mejora mutua y del amor. Bajo estas claves creo que debe escribirse el preciosísimo reto que nos deparan los años venideros. De tal suerte que cuando alguien se la tope por la calle y le pregunte ¿mujer, cómo estás?, ella pueda responder: “aprendiendo a amar”.