«¿La ley sobre la homofobia? Como los procesos de Mao»
George Orwell ya dijo todo en sus famosos ‘dos minutos de odio’ de la novela ‘1984’”, dice al Foglio (www.ilfoglio.it) el filósofo y comentarista inglés Roger Scruton (www.roger-scruton.com). Roger Scruton, filósofo inglés habla sin tapujos.
“La cuestión homosexual es complicada y difícil, pero no puede encarcelar el pensamiento con leyes sobre la denominada ‘homofobia’ como la del Parlamento italiano, que lo único que hace escriminalizar la crítica intelectual sobre el matrimonio homosexual. Es un nuevo crimen intelectual, ideológico, como fue el anticomunismo durante la Guerra Fría”.
Fuente: ReL
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Docente de Filosofía en la St. Andrews University, setenta años, autor de una treintena de libros que le han convertido en el más célebre filósofo conservador inglés (ha sido definido por el Sunday Times “the brightest intellect of our time”,“la mente más brillante de nuestro tiempo”), Scruton comenta de este modo la ley que se está debatiendo en el Parlamento italiano sobre la criminalización de la “homofobia”. También Amnistía Internacional se está movilizando en apoyo de esta ley.
Como los juicios-farsa y el maoísmo
“Esta ley sobre la homofobia me recuerda a los juicios farsa-espectáculos de Moscú y de la China maoísta, en los que las victimas confesaban con entusiasmo sus propios crímenes antes de ser ajusticiados. En todas estas causas en las que los optimistas acusan a los opositores de ‘odio’ y ‘discurso del odio’ veo lo que el filósofo Michael Polanyi definió, en 1963, como ‘inversión moral’: si desapruebas el welfare (el bienestar social) te falta ‘compasión’; si te opones a la normalización de la homosexualidad eres un ‘homófobo’; si crees en la cultura occidental eres un ‘elitista’. La acusación de ‘homofobia’ significa el final de la carrera, sobre todo para quien trabaja en la universidad”.
Distorsionan el lenguage: vuelve Orwell
Scruton sostiene que la manipulación de la verdad pasa a través de la distorsión del lenguaje, como en la obra de Orwell, con el nombre de “Neolengua”.
“La neolengua interviene cada vez que el propósito principal de la lengua, que es describir la realidad, es sustituido por el propósito opuesto: la afirmación del poder sobre ella. Aquí, el acto lingüístico fundamental coincide sólo superficialmente con la gramática asertiva. Las frases de la neolengua suenan como aserciones en las cuales la única lógica subyacente es la de la fórmula mágica: muestran el triunfo de las palabras sobre las cosas, la futilidad de la argumentación racional y el peligro de resistir al encantamiento. Como consecuencia, la neolengua desarrolla una sintaxis especial que, si bien está estrechamente conectada a la que se utiliza normalmente en las descripciones ordinarias, evita con cuidado rozar la realidad o confrontarse con la lógica de la argumentación racional. Es lo que Françoise Thom ha intentado ilustrar en su estudio, ‘La langue de bois’ (“La lengua de madera”). Thom ha puesto de relieve algunas de sus peculiaridades sintácticas: el uso de sustantivos en lugar de verbos directos; la presencia de la forma pasiva y de la construcción impersonal; el uso de comparativos en lugar de predicados; la omnipresencia del modo imperativo”.
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La «homofobia», un fantasma
Con la ley sobre la homofobia, Scruton dice que “se intenta infundir en la mente del público la idea de una fuerza maligna que invade toda Europa, albergándola en los corazones y en la cabeza de la gente que ignora sus maquinaciones, y dirigiendo hacia el sendero del pecado incluso el proyecto más inocente. La neolengua niega la realidad y la endurece, transformándola en algo ajeno y resistente, algo ‘contra lo que luchar’ y a lo que ‘hay que vencer’. El lenguaje común da calor y ablanda; le neolengua congela y endurece. El discurso común genera, con sus mismos recursos, los conceptos que la neolengua prohíbe: correcto-incorrecto; justo-injusto; honesto-deshonesto; tuyo-mío”.
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Una forma de “reeducación”
Scruton dice que se está expandiendo en los países europeos el miedo a la herejía. “Está emergiendo un sistema considerable de etiquetas semioficiales para prevenir la expresión de puntos de vista ‘peligrosos’. La amenaza se difunde de manera tan rápida en la sociedad que no es posible evitarla. Cuando las palabras se convierten en hechos, y los pensamientos son juzgados por la expresión, una especie de prudencia universal invade la vida intelectual».
Y detalla más lo que pasa cuando se habla con miedo: «La gente modera el lenguaje, sacrifica el estilo a una sintaxis más ‘inclusiva’, evita sexo, raza, género, religión. Cualquier frase o idioma que contenga un juicio sobre otra categoría o clase de personas puede convertirse, de la noche a la mañana, en objeto de estigmatización. Lo políticamente correcto es una censura blanda que permite mandar a la gente a la hoguera por pensamientos ‘prohibidos’. Las personas que tienen un ‘juicio’ son condenadas con la misma violencia de Salem”. El del juicio a las brujas, en Massachusetts [1]. La letra escarlata [2].
Quien disienta del lobby gay será «homófobo»
“Quien se angustie por todo esto y quiera expresar su protesta deberá luchar contra poderosas formas de censura. Quien disienta de lo que se está convirtiendo en ortodoxia en lo que respecta a los ‘derechos de los homosexuales’ es regularmente acusado de ‘homofobia’. En Estados Unidos hay comités encargados de examinar el nombramiento de los candidatos en el caso de que exista la sospecha de ‘homofobia’, liquidándolos una vez que se ha formulado la acusación: ‘No se puede aceptar la petición de esa mujer de formar parte de un jurado en un juicio, es una cristiana fundamentalista y homofóbica’”.
Según Scruton, se trata de una operación ideológica que recuerda, exactamente, la que tuvo lugar durante la Guerra Fría.
“Entonces se necesitaban definiciones que estigmatizaran al enemigo de la nación para justificar su expulsión: era un revisionista, un desviacionista, un izquierdista inmaduro, un socialista utopista, un social-fascista. El éxito de estas ‘etiquetas’ marginando y condenando al opositor corroboró la convicción comunista de que se puede cambiar la realidad cambiando el lenguaje: por ejemplo, se puede inventar una cultura proletaria con la palabra ‘proletkult’; se puede desencadenar la caída de la libre economía simplemente declarando en voz alta la ‘crisis del capitalismo’ cada vez que el tema es debatido; se puede combinar el poder absoluto del Partido Comunista con el libre consentimiento de la gente definiendo al gobierno comunista como un ‘centralismo democrático’. ¡Qué fácil ha sido asesinar a millones de inocentes visto que no estaba sucediendo nada grave, pues se trataba solamente de la ‘liquidación de los kulaki’ [3]! ¡Qué fácil es encerrar a la gente durante años en campos de trabajo forzado hasta que enferma o muere, si la única definición lingüística concedida es ‘reeducación’!. Ahora existe una nueva beatería laica que quiere criminalizar la libertad de expresión sobre el gran tema de la homosexualidad”.
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Dicen «nosotros»… y son solo los progres
Por último, dice Scruton, tenemos el choque entre el “pragmatista” y el “racionalista”.
“Las viejas ideas de objetividad y verdad universal ya no tienen ninguna utilidad, lo único importante es que ‘nosotros’ estemos de acuerdo. Pero, ¿quién es este ‘nosotros’?¿Y sobre qué estamos de acuerdo? ‘Nosotros’ estamos todos a favor del feminismo, somos todos liberales, defensores del movimiento de liberación de los homosexuales y del currículum abierto; ‘nosotros’ no creemos en Dios o en cualquier otra religión revelada, y las viejas ideas de autoridad, orden y autodisciplina para nosotros no cuentan».
Y continúa: «Nosotros decidimos el significado de los textos, creando con nuestras palabras el consentimiento que nos gusta. No tenemos ningún vínculo, sólo el que nos une a la comunidad de la que hemos decidido formar parte, y puesto que no existe una verdad objetiva, sino sólo un consentimiento autogenerado, nuestra posición es inatacable desde cualquier punto de vista fuera de ella. El pragmatista no sólo puede decidir qué pensar, sino que también se puede proteger contra cualquiera que no piense como él”.
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[1] El autor hace referencia a los juicios por brujería de Salem, en Massachusetts (EE.UU.), una serie de audiencias locales, posteriormente seguidas por procesos judiciales formales, llevados a cabo por las autoridades con el objetivo de procesar y después, en caso de culpabilidad, castigar delitos de brujería en los condados de Essex, Suffolk y Middlesex, entre febrero de 1692 y mayo de 1693. Este acontecimiento se usa de forma retórica en la política como una advertencia real sobre los peligros de la intromisión gubernamental en las libertades individuales, en el caso de acusaciones falsas, de fallos en un proceso o de extremismo religioso. (N.d. T.) [2] El autor hace referencia a la novela de Nathaniel Hawthorne, “La letra escarlata”, publicada en 1850. Ambientada en la puritana Nueva Inglaterra de principios del siglo XVII, relata la historia de Hester Prynne, una mujer acusada de adulterio y condenada a llevar en su pecho una letra «A», de adúltera, que la marque. [3] La «liquidación de los kulaks como una clase social», o deskulakización, fue anunciada oficialmente por Iósif Stalin el 27 de diciembre de 1929. Fue la campaña soviética de represión política contra los campesinos más ricos o kulaks y sus familias; entre arrestos, deportaciones y ejecuciones, afectó de manera muy grave a millones de personas en el período 1929-1932.
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